Monday, June 02, 2008

Tipeo con una sola mano......El Relojero de Robert Louis Stevenson

Fábulas: Robert Louis Stevenson
Se descubrieron en la Beinecke Collection, de la Universidad de Yale, dos relatos inéditos del autor de La isla del tesoro, que formaban parte de la serie de fábulas del escritor.







El Relojero



El botellón estaba sobre una mesa, en el centro del cuarto. Durante casi una semana nadie había transpuesto la puerta, la mucama no era muy cuidadosa y no había cambiado el agua en un mes. Así, la raza predominante de animalúnculos había alcanzado gran antigüedad y estaba muy avanzada en sus estudios científicos. Su mayor fuente de deleite era la astronomía: los filósofos se pasaban los días contemplando los cuerpos celestes; la sociedad se dedicaba, complacida, al debate de las distintas teorías. Dos ventanas, una que daba al este, y otra al sur, les proporcionaba dos años solares de distinta longitud, el segundo mezclándose con el primero, y el primero que seguía una vez más al segundo tras un intervalo de oscuridad. Muchas generaciones nacían y perecían durante la noche; la tradición de la existencia de un sol empezó a debilitarse, de modo que los pesimistas perdieron las esperanzas de verlo otra vez; y la luna, en ese momento llena, engañó incluso a algunos de los más prudentes. Recién en el sexto año solar largo surgió un animalúnculo de intelecto sin rival, destituyó toda la ciencia anterior y dejó como legado una herencia polémica. Su hipótesis podría denominarse la teoría del cuarto. En algunos puntos era errónea. El cuarto no estaba lleno de agua potable; tampoco eran sus paredes de la misma sustancia del mantel. Pero en la mayoría de sus puntos, la teoría coincidía a grandes rasgos con los hechos, y su autor había calculado la posición relativa del botellón, la mesa, las paredes, los adornos de la repisa de la chimenea y el reloj con ocho días de cuerda, hasta los millonésimos decimales, ya que sus instrumentos y sus métodos eran exquisitamente refinados. Hasta el momento, sus méritos habían sido reconocidos incluso por los más escépticos. Pero el filósofo tenía una mente devota y obediente y había decidido aceptar y elaborar sobre la base de la leyenda de la raza. En los albores, antes de la aparición de la ciencia, se decía que el espacio rectangular y amarillo de la pared norte se había abierto, dejando paso a un objeto, enorme hasta lo inimaginable, que durante algunas generaciones se había desplazado visiblemente en el espacio. Una luz, según algunos más brillante que el sol, y según otros apenas más brillante que la luna, acompañaba al meteoro en su órbita. Durante todo ese tiempo el botellón tembló con los truenos e inexplicables convulsiones; crepitaron los costados del cielo; una denotación final señaló el momento de la desaparición, y cuando los animalúnculos lograron recobrarse del shock, se vio que el espacio rectangular amarillo de la pared norte había recuperado su apariencia normal. Tal era la crónica de los historiadores serios y críticos; en boca de los menos educados, la historia era diferente. "En los antiguos días caníbales", decían, "un animalúnculo de tamaño nunca visto entró a través de la pared; llevaba el sol en una zarpa; sus movimientos, al nadar, sacudieron todo el botellón, y antes de volver a salir, le hizo algo al reloj". Para gran asombro de la sociedad, el filósofo aceptó esta versión popular. Un coloso portador de una luz, similar al observado, caminaba con intervalos fijos junto a las paredes exteriores del cuarto, y su paso primero junto a una ventana y después junto a la otra explicaba los años solares. Pero el filósofo fue aún más lejos. En el cosmos animalúnculo había un rasgo de superlativa anormalidad: el reloj, con su péndulo, su cuadrante y sus manecillas. Generaciones de observadores habían demostrado sin lugar a dudas que el péndulo oscilaba, que las manecillas se desplazaban lentamente por el cuadrante, que el fenómeno de las campanadas se producía con intervalos aproximadamente iguales y que era al menos posible concebir una relación entre esos intervalos y el desplazamiento de las manecillas. Desde el principio el reloj concentró toda la atención; todas las pruebas de un propósito en la creación se centraban en él; el creador, que se expresaba oscuramente en sus otras obras, parecía manifestarse con una voz genuina en el reloj, y el teísmo y el ateísmo se enzarzaron en lucha por el tema del Relojero. El animalúnculo Newton era Relojerista, y aventuró la audaz aseveración de que el coloso que llevaba una lámpara a través del cuarto estaba obligado a regular sus movimientos según la marcha del reloj. Entre los piadosos, las investigaciones del filósofo se convirtieron muy pronto en doctrinas de la iglesia. El coloso de la leyenda fue identificado con el sol, y ambos con el creador del reloj. El culto al relojero sustituyó a las religiones anteriores, la adoración del agua, la veneración de los antepasados y la bárbara adoración de la repisa de la chimenea; todas las virtudes se atribuyeron al relojero, y todas las adecuadas conductas animalunculares fueron amontonadas bajo el rótulo de conducta relojeril. El otro bando lo acusó de animalúnculomorfismo. El filósofo había declarado que todo el espacio estaba ocupado por agua: nada se había probado menos, nada era menos probable; más allá de la capa interior del botellón, el agua cesaba; y si era así, ¿dónde estaba el famoso relojero? La vida implicaba agua, el pensamiento implicaba agua. Nadie que no viviera en el agua podía concebir la idea del tiempo... ¡y mucho menos un reloj! Examinemos la hipótesis (decían los relojeristas) y veremos que se reduce a esto: ¡una criatura que vive en el agua viviendo fuera del agua! ¿Los animalúnculos razonables podían acaso demorarse con ideas tan absurdas? Y aun concediendo lo imposible... concediendo (sólo en nombre del debate) que la vida y el pensamiento puedan existir más allá de las paredes del botellón... ¿por qué el Relojero no se manifiesta? Para él sería fácil comunicarse con los animalúnculos; le hubiera resultado sencillo, cuando hizo el reloj, colocar en el cuadrante signos inteligibles -por ejemplo, la proposición número cuarenta y siete- o incluso (si lo hubiera querido) algún contador del paso del tiempo, pero en cambio, a distancias burdamente iguales, aparecen marcas sin sentido, probablemente consecuencia del descuido. Entonces, si existe un relojero, debemos imaginarlo como un pobre diablo frívolo y maligno, que creó el botellón, la mesa y el cuarto con el único propósito de burlarse de las miserias de los animalúnculos. Esas opiniones hallaban su más violenta expresión en boca de los poetas contemporáneos: la famosa oda a un Relojero, que conmocionó a la sociedad, empezaba así: Enormes son tus pecados, enormes como un botellón entero. Relojero, te desafío. Tu crueldad es más grande que un jarrón sobre la repisa de la chimenea, y redondo como la esfera del reloj. Eres fuerte, jactancioso; tu astucia alcanza para crear relojes; ¡pero de nada sirven tu astucia y tu fuerza! Si tan sólo un animalúnculo íntegro te mira de frente la confusión te invade en medio de tus instrumentos. Palideces y te ocultas en tu trastienda. La sensación general fue que el poeta había ido demasiado lejos. Si existía un relojero, no había por qué suponer que toleraría que esa clase de expresiones quedaran sin castigo; era de temer que todo el botellón pudiera sufrir su venganza. El poeta, después de un juicio en el que se vanaglorió de sus horripilantes sentimientos, fue condenado y públicamente destruido; y ese acto de rigor mantuvo a raya durante varias generaciones el espíritu del libre pensamiento. Se esperaba con ansiedad el alba del séptimo año bisolar. A medida que se acercaba el momento, cada telescopio del botellón apuntaba hacia la ventana este o hacia el reloj, y después de que se produjo el acontecimiento, y mientras se preparaban los cálculos, la multitud esperaba ante la puerta de los astrónomos, algunos rezando, otros irreverentemente haciendo apuestas sobre los resultados. Estos no arrojaron conclusiones definidas. El reloj y el sol no revelaban ninguna coincidencia precisa; a los fieles más ardorosos les resultó imposible cantar victoria. Pero la discrepancia era pequeña; y hasta el más sólido de los librepensadores fue consciente de una duda íntima que lo carcomía. En El Relojero se manifiesta en todas sus obras, Reivindicación del Relojero y Verdadera ciencia relojeril expuesta y justificada, los piadosos procuraron minimizar su decepción; en obras de variada naturaleza, los librepensadores magnificaron su victoria. A medida que transcurrían las horas, y una generación sucedía a otra, se percibió que la fe había sufrido un golpe. La creencia en un Relojero declinó gradualmente, y muy pronto el reloj mismo, con sus movimientos espasmódicos y su regularidad irregular, se convirtió en tema de los bromistas. En medio de todo esto, se vio que el espacio rectangular amarillo de la pared norte se abrió, y entró el relojero quien procedió a dar cuerda al reloj. La conmoción fue absoluta: animalúnculos de toda edad y posición colmaron los lugares de adoración; el botellón se llenó de salmos, y en todos los extremos del botellón no hubo ni una criatura sensible que no hubiera sacrificado todas sus posesiones para prestar un servicio al relojero. Cuando terminó de dar cuerda al reloj, el relojero advirtió el botellón, y sediento tras la cerveza ingerida la noche anterior, se bebió el contenido hasta la última gota. Durante las tres semanas siguientes, estuvo enfermo, en cama, y el médico que lo atendió ordenó que se examinara concienzudamente la provisión de agua de esa parte de la ciudad.



Para hacer click http://www.imaginaria.com.ar/04/0/stevenson.htm


Robert Louis Stevenson nació en Edimburgo a principios de 1850. Sus padres fueron ingenieros contructores de faros; una línea famosa rememora las torras que fundaron y las lámparas que encendieron. Su vida fue dura y valerosa. Guardó hasta el fin, como él escribió de un amigo suyo, la voluntad de sonreír. La tuberculosis lo llevó de Inglaterra al Mediterráneo, del Mediterráneo a California, de California, definitivamente, a Samoa, en el otro hemisferio. Murió en 1894. Los nativos lo llamaban Tusitala, el narrador de cuentos; Stevenson abordó todos los géneros, incluso la plegaria, la fábula y la poesía, pero la posteridad prefiere recordarlo como narrador. Abjuró del calvinismo pero creía, como los hindúes, que el universo está regido por una ley moral y que un rufián, un tigre o una hormiga saben que hay cosas que no deben hacer.


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